Este conmovedor versículo 35, el más corto de la Escritura, muestra a nuestro Salvador mezclando sus lágrimas con las de una familia y una asistencia entristecida, a pesar de que estaba a punto de resucitar a Lázaro. ¿No es un pensamiento consolador para aquellos que atraviesan días de luto? Jesús sentía simpatía por los suyos en todas sus angustias y penas.
Lloraba a causa de las trágicas consecuencias del pecado. Lloró no sólo porque Lázaro había muerto, sino porque todos los hombres estaban bajo el dominio de la muerte. Pocos días después él mismo cargó con el pecado para expiarlo. Es la obra de salvación efectuada en la cruz a favor de todos aquellos que creen en él.
Marta, la hermana del muerto, había expresado su fe de manera notable en su encuentro con Jesús. Ahora, al pensar en la corrupción del cuerpo, le vinieron dudas y su fe se debilitó. Entonces el Señor le recordó su promesa: “¿No te he dicho que si crees, verás la gloria de Dios?” (v. 40). Con voz de mando Jesús llamó a Lázaro y éste salió de la tumba, aún envuelto en las vendas. Jesús pidió que lo desataran para que volviera a tener una total libertad.
Hoy en día, ¡cuántos cristianos, aunque librados de sus pecados por la fe en Jesucristo, aún permanecen ligados a sus costumbres de otros tiempos! Es necesario que comprendan el valor de la obra libertadora efectuada por el Señor Jesús.
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