Qué difícil es perdonar a aquellas personas que han procedido en contra nuestra, y nos han causado daños irreversibles.
Humanamente hablando es difícil decir “te perdono”; y hasta pudiera parecer una actitud tonta de nuestra parte.
Sin embargo, nuestro Señor Jesucristo nos ha dado el mandamiento de perdonar incondicionalmente a todos nuestros enemigos. Aquí las escusas no caben; solo basta leer las diversas porciones del Evangelio para comprobarlo.
Muchos sabemos esto, y en realidad queremos perdonar con todo nuestro corazón, pero no podemos.
Nos vemos limitados por los sentimientos, por los recuerdos y las consecuencias producidas.
La verdad es que no se puede.
Queremos PERDONAR pero NO podemos.
Esa es la realidad.
Con solo pensar en esa persona...
Con solo recordar el daño irreversible que nos hizo...
Con solo ver las huellas que quedaron marcadas...
Con solo eso basta, NO se puede…
Pero…
¿Qué hacer si no se puede?
¿Cómo funciona el “trago amargo” del perdón?
Lógicamente, el perdón es una decisión personal, pero tiene que ir impulsado por la acción sobrenatural del Espíritu Santo. No se puede de otra manera; de ahí la importancia de invertir mucho tiempo en la oración, para que la voluntad de perdonar se transforme en acción espontánea hacia la persona que nos ofendió.
¡Es difícil, pero no imposible!
Mientras no perdones de corazón a la persona que te dañó, no alcanzaras la madurez espiritual que tanto deseas, ni tampoco experimentaras la plenitud del Espíritu en tu interior.
Es cierto, tú no tuviste la culpa, pero la orden divina es que perdones. Y más aun, si sabes dónde se encuentra esa persona, entonces búscala y perdónala...
Busca a la persona que te dañó y… ¡PERDONALA!
Qué difícil es perdonar, pero cuando lo haces de corazón, es porque has asimilado realmente en qué consiste el mensaje del perdón y la reconciliación que trajo nuestro Señor Jesucristo.
Si Cristo te perdonó, entonces perdona tú también.
No te olvides del fragmento de aquella preciosa oración que todos sabemos...
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