Cuando hubieron regresado los discípulos, Jesús pretendió apartarlos a un lugar solitario para proveerles la oportunidad de descansar. «Pero muchos los vieron ir y lo reconocieron; entonces muchos fueron allá a pie desde las ciudades, y llegaron antes que ellos, y se juntaron a él. Salió Jesús y vio una gran multitud, y tuvo compasión de ellos, porque eran como ovejas que no tenían pastor; y comenzó a enseñarles muchas cosas» (vv. 33–34).
Resulta muy interesante observar la reacción de Jesús. Vio la enorme muchedumbre y percibió, en el espíritu, el verdadero estado de estas personas: ovejas sin pastor. En esta sencilla analogía se resume toda la realidad que acompañaba al pueblo. No tenían quien los guiara a lugares donde pudieran nutrirse del alimento necesario para una vida sana. No tenían quienes las protegieran de los depredadores que se alimentaban de las ovejas indefensas. No tenían a quien acudir para ser atendidas ni escuchadas en sus luchas y dificultades cotidianas. Frente a esto, Jesús fue movido a compasión. No los juzgó, ni se molestó con ellos porque no lo dejaban tranquilo. Mas bien los miró con misericordia porque el mero hecho de que lo siguieran revelaba la magnitud de su necesidad.
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