Necesitamos amar a Dios genuina mente; y que ese amor nos
impulse a reflejarlo de manera espontánea a los demás. Necesitamos reflejar nuestro
cristianismo. Nuestro Señor Jesucristo
nos lo dice: “El primer mandamiento de
todos es: “El Señor nuestro Dios, el Señor uno es. Y amarás al Señor tu Dios
con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente y con todas tus
fuerzas. Este es el principal mandamiento. Y el segundo es semejante: Amarás a
tu prójimo como a ti mismo. No hay otro mandamiento mayor que éstos”. (Marcos
12:29-31).
Si no ponemos en práctica el
mandamiento básico, ¿Qué se puede esperar de lo demás? ¡NADA!
En otra porción de la Escritura, nuestro Señor nos recalca lo siguiente:
“En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tuviereis amor los unos
con los otros”. (Juan 13:35). Más claro
no lo puede expresar.
¿Qué nos impide amar? Nuestra naturaleza humana herida por
el pecado.
Nos es necesario por lo tanto depender de la acción directa
y sobrenatural del Espíritu Santo para que gobierne nuestras emociones. Únicamente la acción sobrenatural del
Espíritu Santo es capaz de romper con el duro cascarón del egoísmo, de derretir
el sólido hielo de la indiferencia y de derribar el grueso muro del rencor.
Reconozcamos nuestra incapacidad delante de Dios,
reconozcamos que necesitamos gozar de la vida plena que Cristo nos vino a dar,
reconozcamos que es urgente una plena renovación espiritual interior para que
espontáneamente reflejemos la vida de Cristo en todo momento y lugar.
Los Pastores Manuel y Marina
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